martes, 23 de abril de 2013

En el cielo, en el suelo.

Una mujer de 65 años se pasea tarareando por su departamento del tercer piso, mientras la señora que va todos los martes a hacer el aseo  pasa la aspiradora en el comedor.

La mujer con una gran sonrisa, como si recién hubiese encontrado la calma, se dirige a la terraza con dos velas rojas para mirar el atardecer una vez más con su esposo, Robert.

Se sienta serenamente en el sillón frente a una pequeña mesa de vidrio. Estira su brazo y toma una caja de fósforos que usa para prender ambas velas y un delgado cigarrillo.

El cielo se comienza a tornar de un color rojizo y la mujer dirige la mirada hacia el horizonte, pero justo en ese instante siente en sus cansados pies descalzos algo. Baja la mirada y pega un grito que destroza la tranquilidad del momento y que hace volar a una bandada de pájaros del viejo roble al que el otoño le había quitado casi todas sus hojas; una pequeña araña caminaba sobre ella. 

Su empleada llega corriendo aterrorizada a la terraza con una escoba, y al ver lo que pasaba, intenta aplastar al escurridizo arácnido con el utencilio de aseo. 

Entre tanta desesperación, se escucha el sonido de un vidrio quebrándose, lo siguiente: un silencio ensordecedor, mientras la empleada mira con cara de pánico a la señora. 

En el suelo yacen las dos velas aún encendidas, junto a una vasija destruida y las cenizas de Robert desparramadas por todo el suelo. 




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