Siento, crezco. Poco a poco todo sabe mejor, mis pisadas son más profundas y mi piel es cada día más gruesa. El ángel que hace poco ella me confió me ha dado la oportunidad de evaporar de mi interior todo impedimento. Mis sabanas se sienten más lisas, ya no queman mis dedos, me abrazan. Mi guitarra se ha vuelto una descomunal compañera, y lo que siento bien dentro me ha regalado un camino, el mejor camino. Soy muy feliz.
Zapatillas que caminan solas hacia el éxito, que el corazón ya no puede detener, pantalones vírgenes y polerones acorazados. Un sentimiento aplastado, reprimido por la mente, una soledad insignificante. Información borrada de mi mente, sabores musicales, melodías reconfortantes, recuerdos importantes. Soy muy feliz.
Nadie pide un “te quiero”, un “te amo”, un “te adoro”, nadie pide sonidos vacíos, muchos aparentamos, pero lo que a gritos nuestro pecho pide, es nada más que un poco de calor. No se pide un abrazo, no se pide un beso, nada más compañía bajo el frío, caricias incondicionales por amor o consuelo, preocupación, un poco de ayuda, un soporte, una roca en la que sostenerse y algo blando para caer. Ternura dibujada en cada parte de su cuerpo, confianza depositada en algo tan grande como el sentimiento, o algo tan pequeño como la vida. Ojos atentos y pensamiento independiente, piernas que se mueven por el corazón. Soy muy feliz. Me falta alguien para compartirlo.
Yo no pido nada más.