miércoles, 18 de abril de 2012

Prólogo de un cambio


Prólogo de un cambio

Él, un chico normal, de tez blanca, ojos y pelo claros. Ella, una chica hermosa, de tez blanca, ojos y pelo claros. Durante un atardecer en el sur del mundo, iban ambos tomados de la mano caminando por la playa, mientras los colores anaranjados iluminaban el lugar, y la suave brisa agitaba el ligero vestido que ella traía, el jóven nostálgico lanza unas palabras al viento. "¿Recuerdas cómo nos conocimos?", la chica con una pasiva sonrisa, y una mirada tan delicada como el pétalo de una rosa, lo mira y le responde. "Si, nunca lo voy a olvidar, nosotros entre ese grupo de gente jamás pensamos que en el futuro estaríamos así.".

Ellos se conocieron gracias a amigos en común, que los juntaron como si el destino lo quisiera así, aunque ya se habían visto meses antes, cuando se dieron cuenta que estaban encerrados en la misma habitación. "Si, pero esa no fue la primera vez que hablamos." dijo él, quien con solo haber cruzado un par de palabras reconoció la pureza del aura de la chiquilla, a quién creyó conocer de inmediatamente como la palma de su mano. "Fue aquella mañana en la que, quizás sin pensarlo, escondiste tras tu espalda mi mirada.", ella, risueña recordó. "Tienes razón." dijo, mientras soltaba una caricia.

Aquella mañana, de la estación de las tres cuarta vocal, él había perdido algo que no estaba en el lugar que lo había dejado, entonces se acercó a ella. "Disculpa", le dijo avergonzado mientras le tomaba el brazo con cuidado, a lo que la chica responde dandose vuelta, soltando la sonrisa más dulce que él jamás haya visto, y mirándolo con unos ojos profundos. Era la primera vez que la veía  sonriendo desde siempre, una imagen que el jóven jamás pudo olvidar, y casi no reaccionó cuando ella saca el objeto celeste de su espalda y se lo entregaba. El chico se quedó pasmado por días, meses y quizás años interiormente, vió la tranquilidad absoluta pasar frente a sus ojos, hasta que reaccionó, incrédulo se dió mediavuelta, y se fundió con las paredes. Él nunca supo cual fue la reacción de ella al marcharse, pero si se dió cuenta inmediatamente de que algo existía entre sus miradas, entre sus pensamientos. Inexplicablemente, ese fue uno de los días más tranquilos y felices que tuvo hasta hoy.

De súbito y sin previo aviso, la visión del chico se comenzó a nublar, y sin entender lo que pasaba frente a él, observó como su mujer se iba deslizando sin movimiento propio, hacía el sol que se ocultaba en el horizonte. Gritó, saltó, corrió e intentó nadar hasta el espacio exterior, sin embargo no la pudo encontrar. Entonces exhaltado se sentó a esperar que saliera el sol nuevamente.

Desde aquella ocasión, no volvió a descansar jamás, y pasó décadas recorriendo el mundo en busca del sol. Vivió toda su vida bajo una abrhumadora oscuridad que lo asfixiaba sin piedad, y a pesar de aquello no se rindió, hasta que un día en esa misma playa perdió la oportunidad de ser feliz. Se dió cuenta de que algo en su interior le decía que debía escapar. Él, cobarde, corrió,  ya venía el amanecer...

Agitado, entre un torbellino de sábanas, transpirando a más no poder, despertó. Después de respirar un poco el aire de madrugada, observó desde su balcón como el sol se asomaba iniciando un nuevo día, que se convirtió justamente en el día que por primera vez se atrevió a hablar con la chica de sus sueños.


Es mejor intentar y fallar, que no saber qué hubiera pasado si no aprovechamos las oportunidades que la vida nos da.




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domingo, 15 de abril de 2012

Compilado de microcuentos.

En orden del que menos me gusta al que más me gusta. Estos son los microcuentos que envié a "Santiago en 100 palabras" y no quedaron.


Noche

Otras ciudades sueñan con poder sus calles iluminar, mientras que nosotros solo añoramos que alguna vez las estrellas nos puedan deslumbrar.

Coliseo

Desde el palco en La Dehesa, nos miran las figuras más importantes de este Imperio. Disfrutan la ardua lucha que se disuputa en el recinto de decenas de kilómetros de largo y ancho. Levantamos tanto polvo que no desciende hasta que la llovizna lo obliga. Alborotados en esta llanura con obstáculos, intentamos terminar el día con el miedo de toparnos con un guerrero del sector occidental imperial. Mientras tanto, los suertudos que consiguieron entrada, nos observan desde las galerías "Cerros Norte", "Cerros Occidente" y "Cerros Sur", disfrutando del sufrimiento ajeno mientras se relajan en su día libre.

Parasol

El señor Subercaseaux iba todos los días a su empresa, manejando su lujoso vehículo del año. Un día, lo encontraron sin vida en el estacionamiento junto a su coche. Después de un arduo interrogatorio a todos sus empleados, lograron dar con la grabación de seguridad de un supermercado que estaba al frente. Finalmetne se supo que murió rostizado, justo después de abrir la puerta de su auto. Se había olvidado de poner el parasol en el parabrisas. 

Bienvenida

Un joven provinciano, llegando a estudiar a la ciudad, se encuentra boca arriba a un costado de la calzada. Frente a él descansa el bus en el que viajaba partido en dos; una oruga gigante lo devoraba. A su derecha, el caos perturba a los transeúntes mientras que el Cabo Vergara intenta separar sin éxito a dos hinchas archirrivales que discuten sobre astronomía. Tras él, un encapuchado alejándose con una mochila idéntica a la suya, y al mirar a su izquierda, una viejecita indignada le pide su firma para postularse a la presidencia durante las próximas elecciones.


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domingo, 8 de abril de 2012

Epílogo 1


No recuerdas la última vez que pensaste en nosotros, no sabes cuando te dí aquel beso, no tienes idea de la herida que dejas aquí, no recuerdas la última vez que me hiciste sonreír, no sabes dónde te abrazó mi primer "te quiero", no tienes idea de lo que gusta de mí, ni sabes si es que ya me has borrado de tí.

¿Por qué no lo recuerdas?, la razón por la que me quieres, ¿por qué me has hecho un fantásma?, de las caricias que ya no podrás sentir, los caminos que no podrémos recorrer, las llamadas ya no vas a recibir, los mares que nunca más navegaremos, de las ventanas que nunca más abriremos, y de las tibias siestas de las que con una sonrisa despertábamos.

Yo quise ser el olmo que peras te entregara, al que no le importaba si lo tenías que derrumbar, para que tu algún precipicio pudieras que cruzar. Intenté ser el cojín sobre el cual siempre cayeras, y el parche para cualquier dolor que tu recibieras. Sin embargo, ya es tarde para todo aquello o para todo lo demás, una historia que en el pasado ha quedado y todos los clavos que con esfuerzo puse, no están, no sé por qué los has sacado.

Ya nada de eso importa, y no lo digo resentido, simplemente no se pudo, lamentablemente se te fue. Si bien es cierto que nunca logré comprender, y fuiste un libro que no terminaré de leer, espero que seas feliz, que otra persona te cuide, ojalá mejor de lo que yo lo pude hacer. Esto es solo para hacerte saber, que mi parte en el cuento ha acabado, aunque no lo pueda creer, lo nuestro se ha destrozado.


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